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No es solo baloncesto. La increíble historia de Batouly Camara

No es solo baloncesto. La increíble historia de Batouly Camara

La historia de Embutidos Pajariel Bembibre en la Liga Femenina es un relato de supervivencia. Sin excesos ni derroches, el club ha ido haciéndose su hueco en una categoría que eleva su exigencia cada otoño. Lo que sirve para salvarse un año por la mínima, te condena al descenso en la siguiente campaña. Una carrera a contrarreloj continua para diversos clubes que, frente a la aparición de transatlánticos procedentes de la ACB, necesitan reinventarse para no morir. Un problema que intenta asfixiar al baloncesto femenino de la pequeña población leonesa. Para hacerle frente, en El Bierzo la fórmula es clara (y compleja): un entrenador apasionado sumado a grandes dosis de juventud en la plantilla. Una apuesta que, unida al intenso trabajo diario, busca equilibrar la balanza de la competitividad a través del hambre de mejora de las profesionales que conforman el róster. Un plan atrevido, exclusivo para creyentes.

En esa búsqueda de talento salvador, las maravillosas narrativas surgen de manera natural. Dentro de un grupo caracterizado por una mezcla cultural fuerte y diferencial, la historia de Batouly Camara emerge por sí sola. Una neoyorquina con raíces en Guinea, que juega con hiyab y transmite un poderío patente a primera vista. Imposible no sentir una inmensa curiosidad inmediata ante semejante figura repleta de personalidad y seguridad en sí misma.

«Mi padre era doctor y mi madre una mujer de negocios que no pudo terminar la carrera. Ambos viajaron desde Guinea a Nueva York en los años 90 en busca de una vida mejor, tratando de ayudar a sus hermanos. Es por esa razón que mi madre se montó una tienda para vender artículos africanos», arranca Batouly, mostrando claros signos de orgullo. Sus padres no solo sacaron adelante sus vidas en otro continente; formaron una familia y consiguieron llevarse consigo a más de 10 hermanos con el paso del tiempo, mejorando la calidad de vida de un significante número de seres queridos.

Toda acción en el presente de Batouly Camara tiene un trasfondo en el pasado, una motivación que viene de lejos. La neoyorquina, que no escucha música ni ve la televisión para exprimir su productividad diaria, quiere evitar a toda costa que otras niñas experimenten la falta de oportunidades de algunos de sus familiares o la dificultad vivida en sus propias carnes para jugar a baloncesto. Batouly no empezó hasta los 12 años debido a que en su alrededor las niñas solo tenían tres propósitos en la vida: la educación, con quién se iban a casar y de qué iban a trabajar. Un camino al que ella, sin dudarlo, estaba destinada.

Sin embargo, una vez iniciada su relación con el baloncesto, su vida cambió. El estirón no tardó en llegar, crecía a un ritmo endiablado. Cinco centímetros cada dos meses. Y lo que era un pasatiempo se convirtió en una oportunidad, ya que diferentes entrenadores llamaron a su madre intentando convencerla de que su hija podía ser muy buena. Tras decenas de negativas, el sí solo llegó cuando la educación se cruzó en el camino del baloncesto. «Me hablaba de Guinea, de cómo no todo el mundo tenía la oportunidad de ir a la escuela o de cómo muchos se casaban siendo muy jóvenes», afirma Batouly, comprendiendo las razones por las que el sí se hizo de rogar. En el momento en el que su madre asimiló que tirar a canasta podía llevar consigo una educación de alta calidad, el terreno se allanó y Batouly despegó del nido familiar.

Blair Academy primero, Kentucky después y cuatro años en Uconn como colofón formativo final, la universidad más prestigiosa del mundo en el ámbito del baloncesto femenino. «Aprendí muchísimo de Genno Auriemma, uno de los mejores entrenadores del mundo. Principalmente, a ser una persona muy honesta. Él siempre era auténtico e intentaba que todo el mundo fuera natural y que estuviera orgulloso de dónde venía, nos decía que debíamos estar bien con nosotras mismas, con quiénes éramos», detalla la joven jugadora.

Aquella formación marcó a Batouly e indirectamente derivó en la imagen que transmite cada fin de semana, jugando con hijab en la Liga Femenina Endesa: «Ha sido como una aventura. Ser mujer, negra y musulmana es… wow. Pero como decía Genno, hay que ser una misma y estar orgullosa. Uno de los mayores retos era cuando me decían que no podría jugar a nivel profesional con el hijab, por el qué dirán. Pero más allá de algunas miradas, la amplia mayoría tiene la mente abierta».

A pesar de tantos giros en su vida, ninguno se acercó al punto de inflexión tan grande vivido en 2017, año en el que Camara viajó a Guinea. Un vuelo normal, sencillo, del que no esperaba en exceso, más allá de la lógica excitación de ir a conocer sus raíces y ver la realidad de la que le hablaba su madre. Por el contrario, lo que no había podido prever, era esa necesidad imperiosa de cambiar aquella realidad nada más pisar su tierra. «Sentí lo mismo que sentía mi madre al querer darme más oportunidades, pero con todas aquellas niñas. Es mi responsabilidad, si puedo, el dar oportunidades a todas ellas en Guinea y en otros lugares del mundo. Todo el mundo que me conoce sabe que al bajarme del avión en mi vuelta a Estados Unidos era una persona completamente diferente», relata Batouly con una sonrisa muy significativa.

Del dicho al hecho hay un buen trecho, pero la energía interior despertada en Batouly era tan grande que ya nada ni nadie podía frenarla. Poco tiempo después del viaje a Guinea, empezando desde cero, apoyándose en sus estudios de Sports Management en Uconn y llamando a más de 30 personas, WAKE se convirtió en una realidad. Una asociación sin ánimo de lucro para generar oportunidades dirigidas a las más pequeñas en Guinea, Estados Unidos y otros lugares del mundo. Justo lo que su madre quería para ella. Justo lo que Genno le enseñó. Estaba siendo ella misma, haciendo lo que ella quería y difundiendo por el mundo esa misma generosidad que trajo a varios de sus tíos a Nueva York.

Casi cuatro años después, WAKE continúa más activo que nunca. Más de 700 niñas han participado en sus programas, Batouly ha escrito un libro y la construcción de canchas cubiertas en Guinea está en marcha. Llegados a este punto, incluso Forbes ha premiado a nuestra protagonista, incluyéndola en su lista «30 under 30». Un espacio destinado a jóvenes emprendedores con grandes ideas que comparte con A’ja Wilson, MVP de la WNBA; Ben Simmons, jugador de los 76ers; Shams Charania, reputado periodista NBA de The Athletic; y otras grandes personalidades del panorama deportivo en Estados Unidos. «Llegué de entrenar, encendí el wifi y me dije, ¿qué está pasando? Fue un honor estar con tanta gente increíble», explica la CEO de WAKE, que recibió la noticia en su casa de El Bierzo.

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Esa manera de afrontar la disyuntiva entre dos mundos diferentes es una de las características que hacen tan especial a la interior de Embutidos Pajariel. Puede estar recibiendo un premio de Forbes por su labor fuera de las canchas o venir de una universidad del prestigio de Uconn, pero su «predisposición a aprender siempre y estar abierta a crecer como jugadora» convierten el salto de dichos contextos a una población pequeña y humilde como Bembibre en algo natural. Un hecho que puede parecer habitual, pero que no lo es tanto entre las rookies recién aterrizadas en Europa.

La lucha por los más necesitados mezclada con su batalla por salvar un año más a Bembibre. El orgullo de mostrarse tal y como es fundido con el amor propio que sienten los bembibrenses por pertenecer a un club humilde. Nunca una jugadora de escenarios tan grandes (Uconn, TED, Forbes, ESPY…) estuvo tan hecha para un lugar tan pequeño en tamaño y tan grande en corazón. Pero con Batouly siempre hay una primera vez. Porque, sí, todos merecemos una oportunidad.

Foto: Flickr FEB

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